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(...) lo mismo que antes ya su tío Ludwig, se había convertido para su familia en un desvergonzado. Mientras que Ludwig se convirtió en filósofo desvergonzado, Paul se convirtió en loco desvergonzado y al fin y al cabo en ninguna parte está dicho que un filósofo sólo puede calificarse como tal cuando, como Ludwig, escribe y publica su filosofía, también es filósofo cuando no publica nada de lo que ha filosofado, y por consiguiente también cuando no escribe nada ni publica nada. Al fin y al cabo, la publicación sólo hace comprensible y causa sensación por lo que se ha hecho comprensible, que sin publicación no puede hacerse comprensible ni causar sensación. Ludwig era el publicador (de su filosofía), Paul el no publicador (de su filosofía), y lo mismo que Ludwig en fin de cuentas era el publicador nato (de su filosofía). Paul era el no publicador nato (de su filosofía). Pero los dos, cada uno a su manera, fueron los grandes pensadores, siempre estimulantes y obstinados y subversivos, de los que su época, y no sólo su época, puede estar orgullosa. Naturalmente es una lástima que Paul no nos haya dejado como Ludwig pruebas realmente escritas e impresas y por consiguiente publicadas de su filosofía, mientras que tenemos en nuestras manos y nuestra cabeza esas pruebas de su tío Ludwig. Pero es absurdo hacer una comparación entre Ludwig y Paul. Con Paul nunca hablé de Ludwig, ni mucho menos de la filosofía de éste. Sólo a veces y de forma para mí bastante inesperada, decía Paul: ya conoces a mi tío Ludwig. Nada más. Ni una sola vez hablamos del Tractatus. Pero una sola vez Paul dijo que su tío Ludwig era el más loco de la familia. Un multimillonario como maestro de aldea es sin duda una perversión, ¿no crees?, dijo Paul.

Hasta hoy no sé nada de la verdadera relación entre Paul y su tío Ludwig. Tampoco le pregunté nunca nada al respecto. Ni siquiera sé si los dos se encontraron nunca. Sólo sé que Paul defendía siempre a su tío Ludwig cuando la familia Wittgenstein caía sobre él, cuando se burlaba del filósofo Ludwig Wittgenstein, que, por lo que yo sé, les resultó penoso durante toda la vida. Ludwig Wittgenstein fue siempre para ella, lo mismo que Paul Wittgenstein, un bufón, al que el extranjero, que siempre ha prestado oídos a lo excéntrico, engrandeció. Sacudiendo la cabeza se divertían por el hecho de que el mundo se dejase engañar por los bufones de su familia de que aquel inútil se hiciera de pronto célebre en Inglaterra y se convirtiera en una eminencia intelectual. En su arrogancia, los Wittgenstein rechazaron sencillamente a sus filósofos y no les tuvieron el menor respeto, sino que los castigaron, hasta hoy, con su desprecio. Lo mismo que en Paul, hasta hoy no ven en Ludwig más que un traidor. Lo mismo que a Paul, eliminaron también a Ludwig. Lo mismo que, mientras existió, se avergonzaron de su Paul, se han avergonzado hasta hoy de su Ludwig, ésa es la verdad, y ni siquiera la celebridad, entretanto considerable, de Ludwig ha podido conmover su desprecio habitual hacia el filósofo, en un país en el que, al fin y al cabo, Ludwig Wittgenstein no cuenta hasta hoy casi para nada y en el que, hasta hoy, casi nadie lo conoce.
t.b., 1982