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Volver al futuro
La ciencia ficción nos prometió un futuro de mochilas que nos harían volar, visiones olfativas e implantes mamarios a hombres. Y ahora qué?


Mirando fijamente por mi ventana en el Manhattan’s East Village el otro día, me shockeó observar que la escena callejera no difería de manera significativa de cómo la habría visto en 1967. O quizás 1947. Oh! El diseño de los automóviles quizás ha cambiado un poco, pero los vehículos propulsados a motor de combustión al nivel del suelo siguen siendo lo que tenemos alrededor, en comparación con los autos voladores o la tele-transportación. Los peatones caminan dificultosamente en las aceras y no pasan zumbando en transportadores móviles de alta velocidad. En la amistosa e indie New York incluso las ropas de la mayoría de la gente y el pelo no parecen especialmente extraños. Desde los fieles medidores del tráfico y las cajas de correo azules y robustas, a los icónicos taxis amarillos y al policía ocasional a caballo, la New York del siglo XXI se ve penosamente no-futurista. Para un fanático formado en la ciencia de la ciencia ficción como yo esto es brutalmente decepcionante.

Fechas como: “1999” “2000” y “2001” suscitan reverberaciones especiales, tanto para los fans de la ciencia ficción como para la gente común. Sin embargo hoy destilan un tenue sabor futuroide, un rastro conmovedor de lo que podría haber sido. Los hitos obvios del mundo del mañana nunca materializados: las vacaciones en la luna, los trenes transatlánticos lanzados a través de tubos de vacío a 1500 km/h. Pero la ausencia se siente igualmente en la existencia cotidiana, la manera de cocinar un huevo o de tomar una ducha no ha cambiado en nuestra vida.

Neo-stalgia, nostalgia por el futuro (o como quieras llamar a esta peculiar sensación que está lo suficientemente generalizada como para formar un mercado).


Lo que dice Wilson sobre ascensores espaciales y otras invenciones grandiosas como los espejos solares o la ciudad completamente encerrada indican cómo nuestras expectativas acerca del futuro han experimentado una alarmante reducción en las décadas recientes. Sobre todo el futuro parece infiltrarse en nuestras vidas de una manera discreta, sutil. A su manera, la miniaturización de la tecnología de las comunicaciones (celulares, BlackBerrys, etc.) y la compresión de la información (iPods, MP3s, YouTube, películas bajables, etc.) son tan vuelapelos como las estaciones espaciales y los robots que iban a ser nuestro paisaje diario en la vida del siglo XXI. Es simplemente que lo macro se ve mas impresionante que lo micro.

Los años 50 y 60 fueron caracterizados por el “pensamiento sobre el futuro”, un ethos previsor que buscó no sólo identificar resultados probables sino también dirigirlos hacia realidades preferidas. No es ninguna coincidencia que esas décadas hayan sido los años del auge para la ciencia ficción y el espíritu de novedad en la cultura general (la aerodinámica y brillante estética de la modernidad que abrazó los plásticos, las telas artificiales y el cromo como los materiales verdaderos de la nueva frontera).

Hoy parecemos tener algunos problemas para retratar el futuro, excepto en términos cataclísmicos o como un presente empeorado (ver la película de Alfonso Cuarón “Hijos de los hombres”). Nuestra inhabilidad para generar imágenes positivas y fascinantes del mundo de mañana ha sido acompañada por el desvanecimiento de la futurología como forma de no-ficción popular. Ésta continúa como disciplina académica, como investigación y especulación conducidas por “think tanks” y cuerpos financiados por los gobiernos. Pero no hay equivalentes modernos de Buckminster Fuller o de Alvin Toffler. El último, probablemente aún el futurólogo más famoso del mundo, advertía en su best seller de 1970 “Future Shock” que el cambio se movía demasiado rápido para que el sistema nervioso de los ciudadanos y los mecanismos adaptativos le hagan frente; “La Tercera Ola”, de 1980 sonaba un poco más positivo sobre las posibilidades democráticas de la tecnología.

La anticipación y la confianza de los años 50 y 60 en el futuro se apagaron en los 70: todas las ansiedades ecológicas fueron manifestadas por Neil Young en “After the goldrush” y en la película “Silent Running”, mientras que escritores de ciencia ficción como John Brunner y Harry Harrison imaginaban en novelas como “Stand on Zanzibar” y “Make room! Make room!” escenarios desoladores y arenosos para el comienzo del siglo XXI: superpoblación, contaminación y crisis del combustible. Pero los años 70 todavía contuvieron una corriente fuerte del futurismo popular, reflejada en el éxito de revistas como Omni y en la música popular del día: los sonidos electrónicos pioneros de Kraftwerk, Jean-Michel Jarre y el productor de Donna Summer, Giorgio Moroder. Fue una década conflictiva, con la nostalgia convirtiéndose gradualmente en una fuerza más dominante (“Happy Days” “Grease”, 20´s chic). Incluso la propia ciencia ficción comenzó a estancarse, siguiendo la línea de “Star Wars” y abandonando la sofisticación de los años 60 (la “new wave” del sci-fi, con sus exploraciones del “espacio interior”).

En los años 80, el pensamiento acerca del futuro en términos no negativos parecía ser casi imposible. El ayer parecía más atractivo: el postmodernismo y el reciclaje retro gobernaron la cultura popular, mientras que políticamente, los espíritus que presidieron la era: Margaret Thatcher y Ronald Reagan, se dedicaron a la restauración del viejo orden, dejando atrás las luchas de los aborrecidos años 60. El perfil de los “futurólogos” decayó, ¿puedes nombrar algo que haya escrito Toffler después de 1980?

En los 90, sin embargo, hubo un leve resurgimiento, conducido por el auge de la tecnología de la información, teorizado por revistas como Wire y Mondo 2000 y soundtrackeado por otra ola de música electrónica (the techno-tronica rave-olution). La nueva casta de futurologístas eran: clásicos optimistas de la tecnología (gee-whiz) onda Kevin Kelly, o bien, “zippies” (hippies sin ninguna tecnofobia Luddita o nostalgia de “volver a la raíces”) gente como Jaron Lanier y Ray Kurzweil. Ellos nos hablaban de todas las panaceas y maravillas: nanotecnología, realidad virtual, trans-humanismo.

Después del desmoronamiento del auge “info-tech” y del 11/9 no hemos oído ya tanto de estos digi-profetas. La futurología como género popular de no-ficción se ha reducido en gran parte a mirar las tendencias a corto plazo, al coolhunting al servicio del marketing y los fabricantes de marcas. Tomemos, por ejemplo, el libro recientemente publicado “Lo que viene: tendencias para el futuro” de Marian Salzman e Ira Matathia. Casi sin excepción, todas sus “profecías” son en realidad tendencias altamente visibles y establecidas: los wikis, blogging, los chefs célebres, el gastro-porno, la privatización del espacio, el desempleo, la prolongación de la adolescencia hasta los 30 y más allá, la población envejecida… Aparentemente el futuro cercano solo será más de lo mismo.

A lo mejor la predicción sociocultural y política es simplemente un juego de tontos. Pero tanto foco implacable en las máquinas, adminículos e innovaciones que “potencian tu vida” significa dejar de lado enteramente otro aspecto: el del “futuro no correspondido”, la consternación y la incredulidad sentida por muchos de los que vienen de los años 60 y 70, y que son testigos de una drástica desaceleración en el índice del progreso social y cultural.

Quizás las expectativas de los años 60, esa era de radicalismos desenfrenados, eran poco realistas. No obstante, si hubieses crecido, como yo, leyendo a las feministas radicales como Shulamith Firestone (quién escribió en “La Dialéctica del Sexo” que la liberación femenina vendría únicamente con la invención de un útero artificial que liberaría a las mujeres de la función procreativa) o autores de la “new wave” de la ciencia ficción como Thomas M. Disch (quién en su novela “334” imaginaba a hombres con implantes mamarios capaces de amamantar a sus descendientes) y escaneas la cultura popular contemporánea con sus competiciones de supermodels, “amas de casa desesperadas” y divas pop con poca ropa lo que sientes es sumamente descorazonador. Y esto acerca del género, apenas una de las zonas del progreso atascada y en franca regresión. Raza, derechos de los gays, drogas, igualdad socioeconómica, religión en cualquiera de estos frentes, las cosas no están ni cerca de avanzar como habríamos esperado.
¡Olvídate de la maldita mochila voladora!
¡Es la versión sociocultural del “futuro asombroso que nunca llegó” lo que realmente autoriza nuestra angustia!

simon reynolds, frags de su artículo del 2007*