.

.



cuando De Quincey escribió sus Confesiones, no disponía de imágenes fotográficas, menos aún tenía acceso al léxico cinemático de las imágenes en movimiento con que describir aquellos "espectáculos nocturnos de un esplendor más que terreno" que el opio ofrecía en los teatros que de pronto se abrían e iluminaban en su cerebro. el opio, sin embargo, imprimió al siglo XIX un carácter fotográfico mucho antes que surgiera la cámara. y cuando los teatros abiertos en el cerebro de De Quincey fueron transferidos al celuloide, los primeros cineastas descubrieron que se esforzaban por abordar los mismos temas que obsesionaron a los escritores que habían experimentado con las drogas en el siglo XIX. tal como señaló Gilles Deleuze, el cine europeo en sus primeros tiempos descubrió que abordaba un fascinante "grupo de fenómenos: amnesia, hipnosis, alucinación, demencia, visión de la muerte y, sobre todo, la pesadilla y el sueño". al fin de la segunda guerra mundial, el cine se convirtió en lo que hoy es "una industria de masas", tal como escribe Paul Virilio en Guerre et Cinéma, "cuya base es la perturbación mental psicotrópica y la alteración cronológica". el siglo XX continuaría dando vueltas y vueltas a este tipo de efectos: televisión, video, multimedia, realidad virtual, internet, ciberespacio.

sadie plant, escrito con drogas, 1999, pp.72