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me hallo sentado en una sala de fiestas de Las Vegas. pero más que el ambiente de Las Vegas aquello parecía un club de clase obrera en Barnsley: espacioso, con una pizca de lujo, pero desoladoramente yermo, con sillas dispuestas en largas hileras, paredes desnudas y un escenario al descubierto. el cuarteto que empezó a actuar tenía al frente a Elvis Presley y la única otra persona conocida aparte de éste era el dj Mixmaster Morris. Morris lucía su chaqueta holográfica plateada, como siempre, mientras que Elvis parecía en forma, bronceado e increíblemente rejuvenecido. me quedé pasmado con la fuerza y la calidad de su voz. la música sonaba como en tiempos de "heartbreak hotel", si bien superpuesta a un sonido electrónico fluctuante. al rato empecé a sospechar. ¿se trataba realmente de Elvis? y entonces me dí cuenta de que sus zapatos estaban agujereados. era un falso Elvis.

algunas de las interpretaciones de este sueño son posibles. la aversión de Presley por abandonar este planeta ha llegado a cansar, pero su presencia póstuma en las colas del supermercado nos recuerda lo poco que lo conocíamos cuando aún vivía. la perpetua reconstrucción de los famosos mediante biografías revisionistas y surrealismo de prensa amarilla produce un efecto extraño. la cultura popular de la postguerra está tan imbuída con el mito y es todavía tan joven que un simple remodelado facial o un pequeño emborronamiento puede alterar el cuadro al completo. yo formo parte de la juventud nacida después de la segunda guerra mundial y a finales de los años 50 estaba lo bastante crecido para vivir el balbuceo del rock and roll conforme éste iba apareciendo. creí equivocadamente que era posible deducir los estilos de vida de los ricos y famosos por su música y por su imágen externa. para mi Jerry Lee Lewis y Little Richard era unos tíos locos como cabras que a todas luces llevaban existencias sin pies ni cabeza. dicho estado de cosas, inspirado por la dualidad maniquea de los ángeles y los demonios, se veía contrarrestado por un paisaje de plácido orden y de blancas balaustradas que encerraban el universo de Andy Williams, Perry Como y Doris Day.

era algo ingenuo, por supuesto, ya que nada estaba más cerca de la alienación del siglo XX (o del espíritu de éste) que los absurdos, herméticos e informes estilos de vida de los grandes capitostes del espectáculo estadounidense, tales como Howard Hughes o Dean Martin. Michael Drosnin escribiría más tarde lo siguiente en Citizen Hughes: "todo se hacía por control remoto. no había ninguna necesidad de salir a la calle, ni siquiera de levantarse" Jeanne Martin, la segunda esposa de Dean Martin, ofrece una imágen similar en Dino, la biografía escrita por Neil Tosches: "estaba siempre sentado en el vacío"

entonces, ¿por ventura mi sueño de Elvis resolvió algunas de las supuestas tendencias contrarias que existen en el mundo de la música popular (dionisíaco/apolíneo, radical/conservador, underground/populista, eléctrico/acústico) únicamente para dejarme embarrancado en la vivificadora idea de que todo es simulacro e ilusión? quizá mi subconciente estaba transmitiendo una profecía críptica ¿es así como sería la música en el año 2000? la música futura es imaginada como un hibridismo tecnológico, llena de luces parpadeantes y de intercambios tecnológicos que mezclan culturas extrañas entre sí. quizá yo estaba soñando una especie de imposible cuarteto visual fabricado mediante holografía interactiva, una especie equivalente de los equipos ideales de fútbol, del combate entre Rocky Marciano y Mike Tyson, de imaginarios supergrupos con músicos de todos los tiempos, de Charle Parker grabando con Edgar Varese, o bien estaba soñando las grabaciones "perdidas" de Prince con Miles Davis, de Miles con Jimi Hendrix y con otras colaboraciones imposibles, aunque deseadas, que los carroñeros del negocio manufacturarían habilidosamente si tuvieran la tecnología al alcance de sus manos.

david toop, ocean of sound, 1995