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los juicios morales y las categorizaciones opositivas impuestas sobre el ruido y el silencio, o el hombre y la máquina, no están tan claras en Japón. Karl Taro Greenfield, tratando de entender el otaku -jóvenes tecnócratas fanáticos que coleccionan información porque sí, sin razón alguna-, concluye en su libro Speed Tribes que: "los japoneses mantienen una relación con su tecnología distinta de la de los occidentales. sencillamente consideran a su PC o su televisión como un objeto más, como una roca o un árbol o un kimono, que pertenece a la naturaleza y, por tanto, a ellos" debido a eso, encontrarse con rarezas tales como altares o santuarios llenos de cepillos de barrer no es algo extraño en el Japón, ni tampoco que los sacerdotes budistas recen por los microchips estropeados. todo es Buda.

el diseño del sonido juega un importante papel en ese constante movimiento que caracteriza a las calles japonesas y a los espacios públicos, pero lo que sucede es que la naturaleza es codificada dentro de microchips y el mundo vaporoso de la naturaleza -cuya muerte lamentó Jun'Ichiro Tanizaki-, es agredido con niveles de ruido de una apabullante insensibilidad. las señales de tráfico emiten sonidos de pájaros o tocan canciones folk grabadas con sintetizador; en los túneles resuenan murmullos de riachuelos; las puertas automáticas del "tren obús" Shinkansen emiten melodías de juegos de ordenador; barahúndas de gritos histéricos surgen del interior de los almacenes de rebajas; breves ciclos de música de ambiente son repetidos sin cesar en los supermercados, como para crear un tiempo límite subconsciente entre el momento de coger un carrito, escoger los alimentos y pasar por la caja; en las habitaciones de los hoteles suena sin cesar una música facilona de ascensor -múzoka- y, en los pasillos, Charmaine de Mantovani flota adormecedoramente como una nube.

no todos los japoneses aplauden sin quejarse ruidos dolorosos para los oídos como estos. Yoshihiro Kawasaki se dedica a grabar música ambiental en el laboratorio de diseño de sonido de NADI, en Kobe: "hay que empezar a pensar de nuevo en el sonido de la naturaleza. en la enorme estación de Osaka ponen cantos de pájaros por las mañanas. a veces el espectáculo resulta muy extraño, porque la gente se dirige a toda prisa al trabajo, sin hablar, caminando como robots. parece una escena surrealista".

david toop, frags de ocean of sound, 1995, en "las culturas del rock", pp. 138-139