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Oliver Stone ha sido frecuentemente acusado desde el estreno de JFK (1991) por periodistas e historiadores políticos por su tratamiento de los acontecimientos que rodearon el asesinato del presidente Kennedy. en parte, ello fue el resultado del "contenido" de la película. se lo acusó, entre otras cosas, de fomentar la paranoia al sugerir que el asesinato fue obra de una conspiración que involucraba a personas bien situadas en el gobierno de Estados Unidos. Pero además la película de Stone pareció borrar la distinción entre hecho y ficción al tratar un acontecimiento histórico como si no hubiera límites sobre lo que pudiera legítimamente decirse acerca de él, y por tanto poniendo en cuestión el propio principio de objetividad sobre cuya base se podría discriminar entre verdad, por una lado, y mito, ideología, ilusión y mentira, por el otro.

Al crítico de cine David Armstrong tampoco le gustó por otras razones, más de índole moral que artística "me preocupa la mezcla de escenas filmadas con material de archivo debido a que los espectadores jóvenes a los que Stone dedica la película podrían tomar sus conjeturas como la verdad tal cual". Armstrong sugiere entonces que las técnicas de edición de Stone podrían destruir la capacidad de distinguir entre un acontecimiento real y otro tan sólo imaginario. Todos los acontecimientos presentados en la película (sean producto de la evidencia histórica, basados en conjeturas o simplemente al servicio del avance de la trama o para prestar credibilidad a las fantasías paranoides de Stone) son presntados como si fueran igualmente históricos, lo que significa igualmente reales o como si hubieran sucedido realmente.

un acontecimiento como el asesinato del presidente John F. Kennedy inevitablemente continuará generando el interés de los aficionados a la historia y hasta de los historiadores en la medida en que se muestre relevante para las preocupaciones vigentes. de cualquier modo, todo intento de proporcionar una consideración objetiva del acontecimiento, sea ofreciendo abundantes detalles o ubicándolo en su contexto, debe tener en cuenta dos circunstancias: según la primera de ellas, el número de detalles identificables en cualquier acontecimiento singular es potencialmente infinito; y la otra es que el contexto de cualquier acontecimiento singular es infinitamente extenso o al menos no objetivamente determinable. (...) por lo cual, resulta perfectamente respetable retomar la tradición antaño honrada de representar los acontecimientos singulares, como el asesinato de Kennedy, en forma de relato y tratar de explicarlo narrativizándolo (fabulándolo), como hizo Oliver Stone en JFK.

hayden white, el texto histórico como artefacto literario, 1992, pp. 220-228