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entre los dos POPism: The Warhol Sixties y Exposures, consiguen dar una imágen bastante buena de las preocupaciones de Warhol antes y después de 1968, el año en que le dispararon. ninguno de los dos libros tiene valor literario alguno, y el texto es de un tono informal con ocasionales chispazos de burda ironía. para ser un hombre cuya vida se basa en el cotilleo obsesivo, Warhol aparece con un carácter especialmente insensible: "nunca supe que pensar de Eric", dice de uno de los miembros de su círculo en los sesenta, un bobalicón de rizos rubios cuyo cuerpo, nos dice una nota al pie, fue encontrado en mitad de la calle Hudson, donde lo habían abandonado, según los "rumores", sus compañeros de parranda después de una sobredosis de heroína. "te salía con unos comentarios llenos de ironía e inteligencia, y un instante después no decía más que bobadas. un montón de chicos eran así, pero Eric me resultaba el más fascinante porque era un caso extremo; era imposible afirmar si se trataba de un genio o de un retrasado".

por encima de todo, el muchacho de clase obrera que había pasado tantas miles de horas contemplando el brillo azulado y anestésico de la pantalla de televisión, como Narciso ante su fuente, comprendió que el momento cultural de mediados de los sesenta favorecía el vacío ambulante. la televisión creaba una cultura sin afectos, y Warhol se puso en marcha para convertirse en el héroe de esa cultura. ya no era necesario que un artista se comportara como un loco, como Salvador Dalí. el viejo estilo del dandismo rabioso estaba camino de desaparecer. había otras personas que podían hacer de locos por uno. de eso se trataba en la Factory de Warhol. a finales de los 60, la locura era algo normal, y media América parecía estar inmersa en algún tipo de aburrida y vocinglera forma de autoexpresión. la locura ya no representaba exclusivismo. la blanda traslucidez de Warhol, como un cristal empañado, resultaba mucho más intrigante.

robert hughes, a toda crítica, 1990, pp. 284-288