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las calles de esta ciudad no tienen nombre. existe una dirección escrita, pero sólo tiene un valor postal, se refiere a un catastro (por barrios y por bloques, de ningún modo geométricos) cuyo conocimiento es accesible al cartero, no al visitante: la ciudad más grande del mundo está prácticamente inclasificada, los espacios que la componen en detalle están innominados. ésta domiciliación borrada parece incómoda a los que (como nosotros) se han habituado a decretar que lo más práctico es siempre lo más racional (principio en virtud del cual la mejor toponimia urbana sería la de las calles número, como en los Estados Unidos o en Kyoto, ciudad china). Tokyo nos repite, sin embargo, que lo racional no es más que un sistema entre otros.

para que haya dominio de lo real (en el caso de las direcciones), basta que haya un sistema, este sería aparentemente ilógico, inútilmente complicado, curiosamente disparatado... se puede figurar la dirección por un esquema de orientación (dibujado o impreso), especie de resumen geográfico que sitúa el domicilio a partir de un punto de referencia conocido, una estación por ejemplo... la fabricación de la dirección supera en mucho a la dirección misma.

todo esto hace de la experiencia visual un elemento desicivo para la orientación: proposición trivial si se tratáse de la jungla o del páramo, pero que lo es mucho menos al tratarse de una gran ciudad moderna, cuyo conocimiento está de ordinario asegurado por el plano, la guía, el listín de teléfonos, en una palabra la cultura impresa y no la práctica gestual. aquí, por el contrario, la domiciliación no se sostiene por abstracción alguna; fuera del catastro, ésta no es más que una pura contingencia: más fáctica que legal, deja de afirmar la conjunción entre una identidad y una propiedad. esta ciudad solo se puede conocer por una actividad de tipo etnográfico: es necesario orientarse en ella no mediante un libro, la dirección, sino por el andar, la vista, la costumbre, la experiencia; una vez descubierta, la ciudad es intensa y frágil, no podrá encontrarse de nuevo más que a través del recuerdo de la huella que ha dejado en nosotros: visitar un lugar por vez primera es como empezar a escribirlo: al no estar escrita la dirección, será preciso que ella misma cree su propia escritura.

roland barthes, el imperio de los signos, 1970, pp. 52-56

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"el gran artista del mañana será clandestino"

"siempre me he forzado a la contradicción, para evitar conformarme con mi propio gusto"

"un happening no es teatro, no es dramático y tampoco es pintura, aunque sea indiscutiblemente visual. también es una forma de hastío, y mientras más te aburras, más happening es. aburrimiento no es la palabra adecuada pero en un happening las cosas pasan sin más, como pasarían en cualquier otra parte. es una forma agradable de indiferencia"

"debemos aceptar las llamadas leyes de la ciencia porque nos hacen la vida más cómoda, pero eso no presupone nada por lo que se refiere a su validez. puede que todo eso no sea más que una ilusión. nos gustamos tanto que nos consideramos los pequeños dioses de la tierra, y yo tengo mis dudas al respecto, eso es todo. la palabra "ley" va en contra de mis principios. por lo visto la ciencia es un circuito cerrado, y sin embargo cada 50 años aproximadamente se descubre una nueva ley que lo cambia todo. y cómo no entiendo porque hay que reverenciar tanto a la ciencia, tuve que buscar otra especie de pseudoexplicación. yo soy un pseudo, eso es lo que me caracteriza. nunca he podido soportar la seriedad de la vida. en cambio cuando la seriedad se tiñe de humor, adquiere un tono más bonito"

duchamp escribió su propio epitafio, que puede leerse en la lápida: "por otra parte, son siempre los otros los que mueren".

frags del libro de calvin tomkins, duchamp, 1996