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Contrariamente a la sabiduría convencional que dice que la venida del apocalípsis es una expresión de miedos milenaristas y ansiedades acerca del futuro, diría que el miedo al apocalípsis es un tranquilizante psicológico que nos escuda de una reveladora angustia en el presente.

Oscureciendo el modo en que la muerte interviene en cada punto de la vida exageramos el valor de la resistencia y ocultamos algo más verdadero: nuestra obediencia al poder.

Pensemos en lo que Hannah Arendt llama "la banalidad del mal", ni la violencia objetiva o la ceguera sistémica de una maquinaria burocrática ni la simple violencia subjetiva de individuos, cualquier concretización del mal es, de última, una objetificación que nos pone a segura distancia de él.

Es la "normalidad" de Eichmann lo que es más aterrador que todas las atrocidades juntas...

Sermoneando acerca del apocalípsis que vendrá evitamos confrontar la tragedia: que el mal ya está entre nosotros.