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El sentimiento de que inevitablemente todo va a empeorar.

El desarrollo humano fue guiado y alentado
por el sentimiento de que las cosas podían,
y probablemente serían mejor.
El mundo era rico si se tenía en cuenta la población:
había nuevas tierras que descubrir, nuevos pensamientos que cultivar y nuevos recursos para alimentarlo todo.

Pero ¿qué pasa si los sentimientos cambian?
¿qué pasa si empezamos a sentir que no hay un largo plazo
y que en lugar de estar parados al filo de nuevos continentes
llenos de promesas y desafíos, estamos en un bote sobrepoblado en aguas hostiles, peleando por mantenernos a bordo, preparados para matar por los últimos vestigios de comida y agua?

Lo siguiente: los humanos se fragmentan en bandas más cerradas y egoístas.
Las grandes instituciones, como operan con tiempos lentos
y requieren confianza social, son incoherentes.
Los proyectos a largo plazo y los proyectos globales
son abandonados, su recompensa es demasiado remota.
Los recursos, que ya son escasos, serán rapidamente exhaustos.
Cualquier clase de movilidad, tanto global como social,
será vista como una amenaza que debe ser reprimida.
Aprovechadores, piratas y estafadores tomarán el control.

Es una reflexión oscura, pero mejor no desatenderla.
Los sentimientos son más peligrosos que las ideas
porque no son susceptibles de evaluación racional.
Crecen en quietud, diseminándose bajo tierra
y de repente entran en erupción

¡¡¡FUEGO!!!

Si nuestro mundo permanece adherido a este particular sentimiento
todo lo que presuponemos podría pronto concretarse.