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El sacerdote egipcio aún era creativo en el sentido clásico de la palabra; creía en la obra. Por eso estaba convencido de que había que hacer algo con su cuerpo para que éste pudiera convertirse en una momia verdadera, para lo cual el cuerpo, explícitamente, debía ser llevado, digamoslo así, a una forma de otro mundo.

La momia de un faraón egipcio no debía tener la apariencia que tenía el faraón en su vida cotidiana. La momia de Lenin, en cambio,
tiene la apariencia que tenía el Lenin vivo, cotidiano; en esto Stalin se manifiesta como un genio del arte moderno.

Como artista, Stalin pertenece a la misma serie que Duchamp y puede ser considerado cofundador del procedimiento
readymade. Su verdadero trabajo artístico es y será el monumento, el museo con la momia de Lenin como obra de arte.

Lenin es su trabajo, y en él, en este gesto
de exhibirlo sin modificar su apariencia externa
se manifiesta de igual condición que Duchamp.

Para ella no hay más allá, no hay una máscara romántica
en forma de un vampiro, de un zombi o de un fantasma.
Mediante su cotidianeidad radical, la momia de Lenin
proclama la eliminación de toda sospecha.

Lo que se afirma de esta manera es la indecibilidad

entre este y el otro mundo;
el hecho de que ninguno de nosotros sepa realmente
si sigue viviendo o si quizás ya ha muerto.

El límite entre vida y muerte es cuestionado radicalmente
mediante el procedimiento
readymade.

Pero la producción artística de Stalin no fue valorada correctamente por sus sucesores.
Duplicaron el
readymade y lo colocaron a él mismo como momia junto a Lenin.
Según la lógica de la colección, ningún museo puede aceptar
tal procedimiento artístico no innovador, repetitivo.
Por eso la momia de Stalin fue sacada con relativa prontitud del mausoleo e incinerada.

b.g.