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“iconoclastía” es cuando una imagen o una representación es rota en pedazos. Puede haber muchas razones para tal acto. Puede deberse para conseguir librarse de algo que es una ofensa a nuestros valores, para llegar a alguna otra mayor y mejor imagen, o quizás prescindir enteramente de cualquier forma de representación.

“icono-clash” es cuando hay una profunda y perturbadora incertidumbre sobre el rol, poder, status, peligro, violencia de una imagen o una representación dada; cuando uno no sabe si una imagen debe ser rota o ser restablecida; cuando uno ya no sabe si el rompedor-de-imagen es un corajudo/a innovador/a o un vándalo, si el adorador/a-de-imagen es
un piadoso/a fanático/a o un respetable devoto/a, o si el hacedor/a-de-imagen es un farsante desviado/a o un/a hábil hacedor/a-de-hechos y buscador/a-de-verdad.

un estado de la duda en cuanto a qué se puede esperar de las imágenes, de sus constructores, adoradores y quebrantadores. No queremos acabar suspendiendo la creencia en las imágenes pero tampoco suspender la incredulidad en ellas.

Quizá todas esas frágiles representaciones están disponibles para nosotros para alcanzar objetividad, verdad, belleza, santidad y democracia. Pero entonces otra distribución entre la confianza y la desconfianza en las imágenes tiene que ser propuesta. Para hacerlo así tenemos que comparar diversos modelos de creencia y de incredulidad en la representación.


Profundamente infectada por el sentido, la representación ha perdido por completo la inocencia. Podemos llamar inocente a una representación que se ofrece simplemente como tal, que sólo pretende ser la imagen de un mundo exterior (real o imaginario, pero exterior); en otras palabras, que no incluye su propio comentario crítico. La introducción masiva en las representaciones de referencias, de burla, de doble sentido, de humor, ha minado rápidamente la actividad artística y filosófica, transformándola en retórica generalizada. Todo arte, como toda ciencia, es un medio de comunicación entre los hombres. Es evidente que la eficacia y la intensidad de la comunicación disminuyen y tienden a anularse desde el momento en que se instala una duda sobre la veracidad de lo que se dice, sobre la sinceridad de lo que se expresa (¿hay quien pueda imaginar, por ejemplo, una ciencia con doble sentido?). La propensión al desmoronamiento que muestra la creatividad en las artes no es sino otra cara de la imposibilidad, tan contemporánea, de la conversación. Es como si, en la conversación corriente, la expresión directa de un sentimiento, de una emoción o de una idea se hubiera vuelto imposible, por ser demasiado vulgar. Todo tiene que pasar por el filtro deformante del humor, un humor que termina girando en el vacío y convirtiéndose en trágica mudez.